verano azul


DOÑA DOLORES.─ (A MANOLITA y a LUIS). Veréis, hijos, ahora que no está Julio... Y perdóname, Manolita.... No sé si habréis notado que hoy casi no había lentejas. MARIO.─ A mí sí me había parecido que había pocas, pero no me ha chocado: cada vez hay menos. DON LUIS.─ Pero hace meses que la ración que dan con la cartilla es casi la misma. Y tu madre pone en la cacerola la misma cantidad. Y, como tú acabas de decir, en la sopera cada vez hay menos. MARIO.─ ¡Ah! MANOLITA.─ ¿Y qué quieres decir, mamá? ¿Qué quieres decir con eso de que no está Julio? DOÑA MARIA.─ Que como su madre entra y sale constantemente en casa, yo no sé si la pobre mujer, que está, como todos, muerta de hambre, de vez en cuando mete la cuchara en la cacerola. MANOLITA.─ Mamá... DOÑA MARIA.─ Hija, el hambre... Pero, en fin, yo lo único que quería era preguntaros. Preguntaros a todos, porque la verdad es que las lentejas desaparecen.

LUIS.─ Mamá, yo, uno o dos días, al volver del trabajo, he ido a la cocina... Tenía tanta hambre que, en lo que tú ponías la mesa, me he comido una cucharada de lentejas... Pero una cucharada pequeña... DON LUIS.─ ¡Ah!, ¿eras tú? DOÑA MARIA.─ ¿Por qué no lo habías dicho, Luis? MARIO.─ Pero sólo uno o dos días, y una cucharada pequeña. No creí que se echara de menos. DOÑA MARIA.─ Tiene razón, Luis. Una sola cucharada no puede notarse. No puede ser eso. DON LUIS.─ (A DOÑA DOLORES.) Y tú, al probar las lentejas, cuando las estás haciendo, ¿no te tomas otra cucharada? DOÑA MARIA.─ ¿Eso qué tiene que ver? Tú mismo lo has dicho: tengo que probarlas... Y lo hago con una cucharita de las de café. DON LUIS.─ Claro, como ésas ya no sirven para nada...